Por dondequiera hoy en día, a los cristianos nacidos de nuevo se les insta trabajar a favor del avivamiento y la unificación del protestantismo. Antes de apresurarnos a unirnos a este movimiento ecuménico, veamos lo que nos dice la historia.
Al inicio del siglo 16, el catolicismo romano había llegado a tal extremos de corrupción que muchos cristianos comenzaron a clamar por reforma. El papismo había levantado un muro de tradiciones, ceremonias e invenciones anti-bíblicas entre el cristiano y Cristo: el bautismo a los recién nacidos; las indulgencias; el confesionario; la expiación de pecados por las penitencias; el purgatorio; la misa ofrecida por el sacerdocio; y la adoración de María, los santos, las reliquias, y las imágenes.
En el año 1517, Martín Lutero, con la esperanza de una reforma dentro del catolicismo, se opuso a las ventas de las indulgencias. En seguida se hizo evidente que Roma no podía cooperar con él. Así en el año 1520, en un acto público de desafío, Lutero quemó el decreto papal de León X. Luego los príncipes y gobernantes de Alemania comenzaron a apoyar una reforma. Ellos vieron en Martín Lutero el hombre que podía poner fin a los impuestos papales, beneficios eclesiásticos, los diezmos y sobornos, reservando así estas enormes salidas para el real erario. El así llamado Santo Imperio Romano se estaba desmoronando en los comienzos del nacionalismo moderno.
Para el año 1523, Ulrico Zwinglio se había levantado como campeón de la reforma en Suiza.
Al principio, Lutero y Zwinglio defendieron la libertad de conciencia y denunciaron toda persecución; pero desgraciadamente los dos líderes dependieron mucho del apoyo de los gobernantes seculares que se demostraban favorables. Esperaron que éstos los apoyaran antes de separarse completamente de Roma y organizar sus propias iglesias. Con el tiempo, eso los hizo cómplices de la persecución contra los disidentes religiosos en sus propios países.
Muchos cristianos verdaderos de esa época comenzaron a separarse del protestantismo. En el año 1523 en Suiza, un sacerdote convertido llamado Simón Stumpf reprochó a Zwinglio por permitir al estado gobernar en los asuntos de la religión, en vez de seguir las enseñanzas de la Biblia, diciendo:
Maestro Ulrico, usted no tiene el derecho de poner en las manos de mis señores la decisión sobre este asunto, porque la decisión ya fue hecha; es el Espíritu de Dios que decide. . . . Si mis señores adoptaran otra manera que sea contraria a la decisión de Dios, yo predicaré y actuaré contra [la decisión del estado].
Los reformadores esperaban que las autoridades del estado establecieran la doctrina reformada y, si fuera necesario, la defendieran con las armas contra el catolicismo romano. Por esto, después de muchas demoras y respuestas evasivas de parte de los reformadores, muchos cristianos verdaderos rompieron con los reformadores y comenzaron a establecer iglesias bíblicas independientes. Fundaron estas iglesias únicamente sobre la autoridad de Cristo y de su palabra.
El 21 de enero del año 1525, un grupo de quince creyentes renacidos se reunieron en una casa de Zurich (Suiza) y, guiados por el Espíritu Santo y el estudio de la palabra, decidieron bautizarse uno a otro y establecer así una iglesia Nuevo Testamentaria. Una semana después, Conrado Grébel y Hans Brotli fueron llamados como pastores. Siendo que los reformadores no fueron organizados sino después, ésta fue la primera iglesia que se organizó en el período de la reforma.
El ideal de esos verdaderos cristianos no era reformar la existente organización de la iglesia romana, sino restituir la original iglesia apostólica en toda su pureza y poder. Ni nombre adoptaron para su iglesia, sino se llamaban entre ellos "hermanos". Su única apelación a la autoridad era a la autoridad de Cristo y de su palabra; y su única pretensión a la "sucesión apostólica" era, una vez más, Cristo y su palabra, la cual contiene la doctrina de los apóstoles.
De esta manera, nació una de un gran número de congregaciones que valientemente apoyaron la verdad de una iglesia fundada solamente en Cristo y su palabra. Esas iglesias no esperaron que el gobierno secular decretara y defendiera los estatutos de una religión oficial, ni tampoco buscaron línea directa de sucesión con ninguna organización religiosa.
Inmediatamente esos valientes seguidores de Cristo fueron perseguidos por el estado y por la oficialmente apoyada iglesia de los reformadores. Una larga y sangrienta persecución se prolongó en los siguientes 50 años. En esa época, de 20.000 a 50.000 de esos cristianos fueron martirizados por los católicos romanos y los protestantes. Eberli Bolt fue el primer mártir, quemado en la pira en Schwyz (Suiza) por los católicos el 19 de mayo de 1525. Félix Manz fue el primero martirizado por los protestantes, ahogado en Zurich (Suiza) en enero de 1527. No fue sino hasta 250 años después que la constitución de los Estados Unidos de América decretó que ninguna ley sería hecha aprobando ninguna religión oficial del estado. Estos simples cristianos, firmes creyentes en la Biblia, fueron los que verdaderamente abrieron el camino a la libertad de religión. Los primeros principios de libertad fueron comprados con la sangre de indefensos mártires, no con la sangre de soldados.
Así estas iglesias fundadas en Cristo Jesús y su palabra tuvieron que romper con las transigencias y maldades del protestantismo de la misma manera que los reformadores rompieron con la organización católica.
¿Qué fueron entonces las diferencias principales entre estos hermanos y los reformadores? ¿Por qué rechazaron estos hermanos el protestantismo? Fueron llamados "anabaptistas" (rebautizadores) por sus enemigos, porque practicaron el bautismo de creyentes. Bautizaron solamente a los que tenían una fe viva en Cristo (un recién nacido no puede tener una fe consciente e inteligente en Cristo). Pero la diferencia principal entre los anabaptistas y sus contrarios no fue tanto la diferencia del bautismo sino el problema de la relación de la iglesia con el resto de la sociedad. El protestantismo confió mucho en el apoyo y la protección de los gobernantes, puesto que sin la asistencia militar y política hubiera podido ser aplastado por una persecución de la iglesia romana. Por eso Zwinglio, Lutero y otros reformadores buscaron el apoyo del poder político del estado. La Enciclopedia Británica dice:
Si los príncipes alemanes no hubieran visto en él sus propios intereses, [Lutero] nunca hubiera podido ser más que un líder de una mística secta desconocida.
Esta dependencia en el poder mundano y político trajo muchas consecuencias perversas.
Por su gratitud hacia los benévolos gobernantes, Lutero desarrolló una espantosa apología a favor del poder del estado. Durante las rebeliones de los campesinos, a quienes él mismo había estimulado con su defensa anterior de la libertad, más de 100.000 de ellos fueron matados. Lutero escribió folletos furiosos contra los pobres y equivocados campesinos. Contenían declaraciones extremadas y trágicas como ésta:
¡Apuñale, destruya, mate al que pueda! ¡Si usted muere haciendo esto, bien por usted! No pudiera tener más bendita muerte, porque muere obedeciendo la palabra divina y lo que Romanos 13 manda. . . . Los campesinos no entienden y no quieren oír razones de nadie. Sus oídos tienen que ser desbotonados con balas hasta que sus cabezas vuelen de sus hombros. . . . Fui yo, Martín Lutero, que exterminé todos los campesinos en la insurrección, porque yo mandé que fueran matados. Toda la sangre de ellos está sobre mis hombros. Pero se la echo a nuestro Señor Dios el cual me mandó que hablara en esta forma.
Los anabaptistas creyeron que Romanos 12.17–21 les enseñó el deber de la iglesia: amar; guardar la paz; no resistir; vencer el mal con el bien y no con la ira. Ellos creyeron que el hacer justicia pertenece solamente a Dios, quien usa los gobernantes no cristianos para ejercer ira, venganza y justicia (Romanos 13.4). El Autor divino escribió sobre estos deberes del estado, refiriéndose a los gobiernos no cristianos de aquellos tiempos; y además escribió que todos los gobiernos de toda época son igualmente ordenados por Dios (Romanos 13.1). Por ese motivo, estaba claro a los anabaptistas que la iglesia no podía tomar parte en hacer justicia con la fuerza, o en castigar a los transgresores de la ley, o en llevar a cabo una guerra.
Pero en esto otra vez el protestantismo se diferenció radicalmente. Al principio, Martín Lutero condenó el catolicismo romano por enseñar que el cristiano tenía derecho de defenderse con la violencia contra la violencia; pero, cuando se hizo evidente que necesitaría el apoyo de los gobernantes para defender su movimiento, llegó al siguiente compromiso:
Como cristiano el hombre tiene que sufrirlo todo y no resistir a nadie. Como miembro del estado el mismo hombre tiene que robar, matar y luchar con gozo, todo el tiempo que viva.
De esta manera, Lutero dividió al cristiano en dos: en lo privado religioso y en lo público político.
Los anabaptistas creyeron que la manera bíblica era mucho mejor: separar la iglesia del estado. Tres líderes anabaptistas de aquellos tiempos expresaron sus creencias de la manera siguiente:
El cristiano no participa en la guerra; tampoco maneja la espada [del gobierno] para ejercer venganza.
—Pedro Riedemann
El cristiano no hiere con la espada para ejercer venganza.
—Félix Manz
El verdadero cristiano no usa la espada del mundo ni tampoco participa en la guerra. . . . El evangelio y los que lo aceptan no deben ser protegidos por la espada ni protegerse a sí mismos.
—Conrado Grébel
Esa importante diferencia entre los ana-baptistas bíblicos y los protestantes iba a traer consecuencias trágicas en la historia. Puesto que los reformadores podían justificar la "defensa del evangelio" con la espada, así también justificaron las crueles torturas y las persecuciones infligidas a los que no creían como ellos, condenándolos a muerte como herejes. Es un triste hecho de la historia que todos los prominentes reformadores aprobaron la persecución y el martirio de los anabaptistas. Un cierto erudito bautista de nuestros tiempos averiguó, después de una detallada búsqueda, que más anabaptistas fueron martirizados por mano de los protestantes que por mano de los católicos.
Durante los 100 años que siguieron el comienzo de la reforma, Europa fue asolada por continuas guerras religiosas entre católicos y protestantes. Solamente en la Guerra de los 30 Años (1618–1648), Alemania, con una población de 13.000.000 de habitantes, perdió 10.000.000. A. H. Newman, el gran historiador bautista, se vio obligado a hacer esta pregunta:
Nos encontramos en la necesidad de averiguar si esta guerra fue una necesidad, si ésa fue la única manera en la cual los protestantes y los católicos podían ser enseñados a respetar los derechos ajenos. No podemos contestar; pero tenemos razones válidas para dudar si el destructor de la vieja cristiandad evangélica y el padre del gran movimiento protestante político y eclesiástico (o sea Martín Lutero, el cual inspiró la contrarreforma y la institución de los Jesuitas, lo cual directa o indirectamente llevó a la Guerra de los 30 Años), fue, después de todo, tan gran bienhechor de la raza humana y promotor del reino de Cristo, como comúnmente se supone.
Mientras el protestantismo y catolicismo se enfurecieron en luchas brutales el uno contra el otro, los pacíficos anabaptistas siguieron amando a sus enemigos. Llamaron a los hombres a arrepentirse y a creer el evangelio de Cristo; instándoles que fueran bautizados en la iglesia, renunciando al perverso mundo y sus engaños.
Otro importante y desastroso resultado por haberse apartado el protestantismo de la palabra de Dios fue el origen del nacionalismo moderno. Lutero fue un fuerte defensor del nacionalismo alemán y un violento antisemita. Un erudito obispo metodista de nuestros tiempos, R. F. Weaver, explica:
El pensamiento protestante es el precursor del pensamiento nacionalista, y en un amplio sentido el creador de la idea que dominó en la era siguiente: a saber, el derecho divino de los reyes. Lutero dio al poder secular autoridad y dignidad casi, si no completamente, divinas. El dijo: "La mano que maneja la espada no es una mano humana sino la mano de Dios. Es Dios, no el hombre, que ahorca o despedaza sobre la rueda [del martirio]. Es Dios que hace la guerra." No es exagerar decir, que poderosa como era la influencia de Lutero en el campo religioso, su doctrina del estado fue mucho más poderosa en las tierras de los protestantes que su doctrina de la gracia. Esa doctrina creó una nueva fase del continuo problema de la relación entre el gobierno y la religión organizada.
Por lo tanto, el desarrollo del nacionalismo moderno, con sus trágicas guerras inter-nacionales, fue preparado por el protestantismo.
Lutero dijo una vez que el primer deber del cristiano es para con su propio estado; y si él fuera un predicador del evangelio en un país mahometano, definitivamente debería pelear contra cristianos de otros países si su nación estuviera en guerra con ellos. Aquí vemos la triste ceguedad que ha causado a tantos miles de luteranos, metodistas, bautistas, anglicanos y católicos de Inglaterra, Francia, Alemania, Rusia y la América ir a la guerra bajo sus respectivos gobiernos y matar a miles de miembros de la misma iglesia que peleaban al lado enemigo.
La palabra de Dios dice que los que odian a sus hermanos son homicidas, "y ningún homicida tiene vida eterna permanente en el" (1 Juan 3.15). Los discípulos del Señor, nacidos de nuevo, comprados por la sangre de Cristo, no pueden ir a la guerra ni participar en la matanza de sus con-cristianos. Tampoco pueden mandar a ser condenados sin Cristo a los que no son cristianos, o destruir vidas humanas y propiedades por la locura de la guerra.
Con todo, ciertamente alguien dirá: "Esos trágicos errores de los reformadores pueden ser ciertos, pero a lo menos predicaron el evangelio de la justificación por la fe." ¿Lo hicieron? La palabra de Dios dice que la fe viva, la fe en Cristo Jesús que salva, la única fe que tiene valor en los ojos de Dios, es "la fe que obra por el amor" (Gálatas 5.6). ¿Fueron las persecuciones, las guerras religiosas, los perjuicios raciales, y el cruel nacionalismo el fruto de la fe que obra por el amor?
Aunque uno tenga la doctrina correcta de la gracia, si no enseña ni obedece ni vive la vida en el poder de la gracia, no puede decirse que es un evangélico verdadero: "Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos" (1 Juan 5.3). Blasfeman los que enseñan que es imposible para un hijo de Dios, nacido de nuevo, observar sus mandamientos y vivir por el poder de la gracia divina una vida cristiana victoriosa. Por la fe en el Señor Jesucristo somos justificados (perdonados) y santificados (habilitados para vivir conforme a sus mandamientos por medio de su gracia). ¡Si decimos que los mandamientos de Cristo son un gravoso legalismo, es igual que decir que la palabra de Dios miente! Sus mandamientos no son gravosos para un hijo de Dios regenerado y limpiado por la sangre de Jesús.
Alguien pudiera preguntarle a usted: "¿Por qué no es protestante?" El testimonio de la historia nos da claramente la respuesta.
De las falsas enseñanzas del protestantismo (que muy poco se diferencian de la iglesia católica) vienen los males diabólicos de la profana alianza de la iglesia y el estado, la persecución de los religiosos no conformistas, las "guerras religiosas" que mataron a millones, el nacionalismo moderno, el racismo y el sistema de la dictadura. Verdaderamente el protestantismo es otra [apostasía], embriagada con la sangre de los mártires. El evangélico moderno, nacionalista y militar que se lanza a matar al enemigo en el nombre de Cristo es el descendiente directo del protestantismo antibíblico.
Los primeros anabaptistas testificaron y murieron por una iglesia fundada únicamente sobre Jesucristo. Enseñaron que la iglesia verdadera es la esposa pura de Cristo, separada del mundo, y no la iglesia ramera que fornica con los reyes de la tierra (Apocalipsis 17.1–2). La iglesia de los anabaptistas fue la primera y la única basada en el Nuevo Testamento que salió del período de la reforma. Estos simples creyentes en la Biblia, cristianos nacidos de nuevo, nunca participaron en guerras, o promovieron perjuicios raciales, odios internacionales o contiendas entre clases sociales. Ellos rechazaron toda doctrina no basada en la Biblia, fuera doctrina de los católicos o de los protestantes. Por ejemplo, damos éstas: el bautismo de los recién nacidos, la gracia de los sacramentos, aceptar como miembro de la iglesia una persona inconversa, el uso del nombre "naciones cristianas" o "guerras cristianas", la tiranía eclesiástica, la mundanería, la hipocresía, y la corrupción en las iglesias.
Aun muchos de los descendientes directos de los anabaptistas se han desviado mucho de los principios de sus padres. ¡Cuán lejos muchos de ellos han sido llevados de la visión pura apostólica de sus padres! ¡Cuán pocas de estas decaídas organizaciones retienen el celo misionero que hace de cada miembro evangelista! ¡Cuán pocos de ellos enseñan y practican una iglesia pura, formada solamente de miembros nacidos de nuevo! ¡Cuán pocos de ellos tienen un testimonio poderoso y una disciplina consecuente para mantener afuera de la iglesia la corrupción del mundo!
Considere: La mayor parte de ellos aceptan o toleran atavíos según la moda, cosméticos, mujeres con pelo corto, joyas, el asociarse con incrédulos en negocios y con falsas enseñanzas en religiones liberales, y el radio y la televisión (esos canales que arrojan todo lo sucio del mundo en el hogar). También admiten el uso del tabaco y la bebida alcohólica, la cruel participación en demostraciones de perjuicios raciales, el orgullo nacional, el servicio militar, la lucha, la matanza, la guerra, el divorcio y las segundas nupcias, el adulterio y la fornicación. Estos mismos anabaptistas apóstatas cambian sus mismos servicios de adoración en un circo de instrumentos musicales, entretenimiento coral, cines, teatros, bailes, deportes, juegos carnales y comidas golosas.
Estas cosas y más toleran entre sus revueltas membresías. Y sobre todo eso preside una gran organización sostenida por ministros asalariados, temerosos de hombres, y transigentes, quienes fueron entrenados en seminarios teológicos liberales y en colegios mundanos donde son burladas las convicciones bíblicas de los primeros padres de sus iglesias. Esas instituciones alaban con la boca la histórica posición anabaptista, pero se doblan con toda la fuerza para minar, ridiculizar y neutralizar la misma fe que ellos profesan venerar. Estas iglesias decaídas, apoyadas por grandes y ricas instituciones, sonríen con tolerancia sobre toda mundanería, pero se enojan furiosamente contra todo grupo y persona que desea regresar a la iglesia pura y con visión apostólica de los anabaptistas.
Querido amigo, usted no tiene que unirse a estas organizaciones decaídas y llenas de gentes mundanas. Tampoco tiene que quedarse en ellas, si usted se encuentra ya como miembro de estas iglesias corrompidas. No tiene que pertenecer usted al catolicismo ni al protestantismo. Hay un tercer camino: el camino del amor que lleva la cruz.
Usted ha leído acerca de los anabaptistas del siglo 16, los cuales no estuvieron satisfechos con la reforma ni la contrarreforma de ninguna organización de iglesias decaídas. Escogieron nada menos que la restitución de la iglesia en todo su poder y pureza (recuperando o restaurando la posición que tenía en el principio la original iglesia del Nuevo Testamento). Ellos no querían nada menos; ni tampoco usted tiene que contentarse con menos.
Piense en su peligro espiritual, viviendo en comunión con miembros de tal mezcla de gente. Y piense en el futuro de sus hijos si ellos tendrán que crecer en medio de este gentío. ¡Haga caso a la voz del Espíritu Santo y salga de en medio de ellos! Únase con otros de la misma fe preciosa y forme una congregación independiente basada en la restitución de la iglesia apostólica. Salga de en medio de esas decaídas "conferencias", "convenciones" y denominaciones, y júntese con otros de la misma fe alrededor del estandarte de la palabra de Dios. Forme una congregación disciplinada e independiente, solamente de cristianos nacidos de nuevo. Comparta solamente con congregaciones que tengan el mismo sentir puro y disciplinado.
No se encoja de hombros en indiferencia, yéndose a pique en un barco que se está hundiendo. No deje que un equivocado sentido de lealtad lo engañe en una iglesia destinada a la catástrofe. ¿A qué, después de todo, tiene que ser leal? ¡Solamente al Señor Jesucristo, y a la iglesia comprada con su sangre! Le convidamos a salir de las organizaciones no bíblicas que han perdido la visión apostólica de los anabaptistas y han abandonado la disciplina y pureza en la iglesia.
Si usted todavía no es un cristiano nacido de nuevo, tiene que unirse primero con Cristo Jesús por medio del nuevo nacimiento antes de unirse con alguna iglesia. Si usted es cristiano nacido de nuevo y necesita ayuda, escríbanos. Se le enviará más literatura. Toda solicitud para ayuda e información será contestada personalmente y con nuestras oraciones.
—Guillermo McGrath
No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.
Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temo
r al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra. No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.
—Romanos 12.17–13.10
En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.
—1 Juan 3.10–15