También están descritas las transgresiones de los antiguos, no por ellos mismos, sino para nuestra corrección, y para que sepamos que es uno y el mismo el Dios contra el cual ellos pecaban, y al cual ofenden ahora algunos de los que presumen de creyentes. El Apóstol lo dijo muy claramente en su Carta a los Corintios: «No quiero que ignoréis, hermanos, que todos nuestros padres estuvieron bajo la nube, y todos fueron bautizados en Moisés, en la nube y el mar, y todos comieron del mismo alimento espiritual y bebieron de la misma bebida espiritual: pues bebían de la piedra espiritual que los seguía, y la piedra era Cristo.>> Más Dios no se agradó en muchos de ellos, pues quedaron muertos en el desierto.
Esto sucedió en figura de nosotros, para que no vayamos tras los malos apetitos como aquéllos lo hicieron; ni seáis idólatras como muchos de ellos, según está escrito: El pueblo se sentó a comer y a beber, y se levantó para divertirse. No nos entreguemos a la lujuria como algunos de ellos lo hicieron y, en un solo día, perecieron veintitrés mil. Ni tentemos a Cristo, como algunos lo tentaron y murieron mordidos por las serpientes. Ni murmuréis, como lo hicieron algunos de ellos, y perecieron a manos del exterminador. Todas estas cosas sucedieron en figura, pues fueron escritas para que nos sirvan de lección a quienes hemos llegado al final de los tiempos. Por eso, el que piense estar en pie, tenga cuidado de no caer» (1 Cor 10,1-12).
Sin dudar en absoluto ni mostrar contradicción alguna, el Apóstol muestra que es uno solo y el mismo Dios que entonces juzgó esas acciones y que hoy condena las actuales, e indicó el motivo por el cual aquéllas fueron descritas: aún se encuentra mucha gente atrevida y desvergonzada que, al mirar las faltas de los antepasados y la desobediencia de una gran cantidad del pueblo, dicen que el Dios de aquéllos fue el hacedor del mundo, que nació de a penuria, distinto del Padre que Cristo nos trajo, y éste es el que cada uno de ellos imagina haber concebido en su mente. Esos no entienden que, así como «Dios no se agradó en muchos de ellos» (1 Cor 10,5) porque pecaron, así también ahora «son muchos los llamados y pocos los escogidos» (Mt 22,14).
Y como entonces los injustos, idólatras y fornicadores perdieron la vida, así también ahora el Señor predicó que enviará a los tales al fuego eterno (Mt 25,41), como dice el Apóstol: «¿Acaso ignoráis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicadores, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni quienes se acuestan con otros hombres, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios» (1 Cor 6,9-10). Y como esto no lo dice a los de fuera, sino a nosotros, para que no seamos excluidos del Reino de Dios por hacer tales cosas, añadió: «Esto fuisteis, pero habéis sido lavados y santificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1 Cor 6,11).
Pues así como entonces quienes obraban mal y corrompían a los otros, fueron condenados y echados fuera, de igual manera en nuestro tiempo se arrancarán el ojo, el pie y la mano que escandalizan, para que no perezca todo el cuerpo (Mt 18,8-9). Este precepto hemos recibido: «Si algún hermano es fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón, con un hombre así ni os sentéis a la mesa» (1 Cor 5,11). Y también dice: «Que nadie os seduzca con palabras vacías: por eso la ira de Dios recae sobre los hijos de la desobediencia. No queráis, pues, tener parte con ellos» (Ef 5,6-7). En aquel tiempo junto con los pecadores a los demás les tocaba la condenación, porque se complacían con ellos y compartían sus acciones, porque «un poco de fermento corrompe toda la masa» (1 Cor 5,6).
También descendía entonces sobre los injustos la ira de Dios, como dice el Apóstol: «La ira de Dios se revelará desde el cielo sobre toda impiedad e injusticia de aquellos hombres que encierran la verdad en la injusticia» (Rom 1,18). Y como entonces Dios se vengó de los egipcios que injustamente maltrataban a Israel, así también ahora, como dice el Señor: «¿Y Dios no tomará la venganza de sus elegidos que claman a él día y noche? En verdad os digo, los vengará pronto» (Lc 18,7-8). Igualmente el Apóstol predica en su Carta a los Tesalonicenses: «Ya que Dios es justo, hace pagar con sufrimiento a aquellos que os afligen, y junto con nosotros os hará descansar de la aflicción, cuando nuestro Señor Jesucristo se manifieste del cielo con sus poderosos ángeles para, con la llama de fuego, tomar venganza de aquellos que no quieren conocer a Dios ni obedecer al Evangelio de Jesús nuestro Señor. Ellos sufrirán el castigo de la eterna perdición, separados de la presencia del Señor y del poder de su gloria, cuando venga a manifestar su gloria en sus santos y para mostrarse admirable en quienes creyeron en él» (2 Tes 1,6-10).
Tomado del libro Ireneo against the heressies
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