Cuando el pecado entró en el mundo por la primera vez se presentó un problema muy complejo, cuya solución por parte de nuestro Dios realmente nos deja maravillados. La ley de Dios había sido quebrantada, y el resultado era que los transgresores debían morir. Justicia significa tratar al hombre como se merece. Misericordia significa tratarlo como necesita. Si Dios perdonaba -como su corazón compasivo anhelaba- la ley aparecería como burlada por el mismo pecador. Y si ejecutaba al pecador -como su justa ley demandaba- ¿cómo podría ahogar así su amor por el hombre, que ahora lo necesitaba más que nunca?
En la mente de Dios no cabía esta posibilidad. La perfección de la ley de Dios, así como su amor por toda la raza, quedó demostrado para toda la eternidad en la manera en que Él concilió su amor y su misericordia de tal modo que pudo actuar con justicia -como la ley demanda- y a la vez con misericordia -conforme a su amor infinito-. La ley no podía ser cambiada ni rebajadas su normas; entonces Nuestro Creador, en al acto más audaz, extraordinario y valiente que registran las crónicas del universo, decidió ocupar el lugar del trasgresor en la persona de su Hijo Unigénito. Y así el trono de la justicia divina queda asentado eternamente sobre su propio eterno e infinito sacrificó de amor. El poseedor de tedas las cosas se despojó a sí mismo, y vino a la tierra como el más pobre. Siendo inocente, se sometió para cargar la culpa del pecador, El Señor de todos se convirtió en el Siervo de todos; el Juez de todos, en el acusado de todos. Como sustituto nuestro, Él debía soportar la aplicación de la ley. Fue tenido como indigno de nacer sino en la caja donde comía un burro. Nunca poseyó una casa ni tuvo donde recostar su cabeza, porque Él, nuestro sustituto, fue juzgado como indigno de toadas las cosas que pensamos que merecemos. Fue menospreciado y no lo estimamos, y la razón es que nosotros no merecemos respeto alguno. Aun así, en este ínfimo lugar de un Siervo humilde, el Príncipe de la gloria escondió su divinidad en nuestra humanidad, y en su humanidad mantuvo la pureza de su naturaleza divina. Él estaba lleno de "de toda la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col. 2.9)
Pero la justicia demandaba la muerte del pecador, y así aparecía Él ahora ante la ley como el mismo pecado, que ahora se amontona sobre el alma divina del Redentor quitando de su vista la luz de la presencia sostenedora de Dios. Sudó grandes gotas de sangre bajo una agonía que sobrepasa los cómputos humanos. Él fue capturado como una bestia en medio de la noche, atropellado y acusado ante cortes corruptos; dos veces ante los sacerdotes, dos veces ante Pilato y una vez ante Herodes. Fue ridiculizado, difamado, golpeado y escupido. Barrabás fue estimado digno en contraste con Él. Le llamaron Belzebú; ¡quedó suspendido entre el cielo y la tierra! Fue crucificado entre dos ladrones porque en la inexorable estima de la ley, Él era visto como el hombre culpable. Así como Moisés levantó la imagen de una serpiente en el desierto, el Hijo del Hombre fue levantado en la cruz; reconocido como un serpiente maligna, venenosa. Y, fue de esta forma como Él se hizo pecado por nosotros. Él, que no conoció el pecado.
Los hombres no consideraban crueldad demasiado grande como para hacerlo cargar con ella; ningún insulto demasiado bajo como para arrojar sobre Él; ninguna vergüenza demasiado sucia como para que Él la soportara. Su dolor no habría sido tan grande si Él no hubiera amado a estes hombres insensibles que se reunieron en su derredor para burlarse de su pesar. Mientras más ellos lo odiaban, más fuerte Él los amaba. El misterio del pecado humano consiste en que nosotros lo odiamos "sin causa" (JN 15.25). Y el más grande misterio es que Él nos ama "sin causa". Él sufrió mucho porqué amó mucho. Sufrió en proporción a su amor.
Las tinieblas de la noche eterna se acumularon alrededor de su alma sufriente hasta que la inexpresable amargura y la vergüenza del pecado humano arrancaron de sus labios sellados el tenebroso clamor: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Sus sufrimientos eran los sufrimientos de Dios. Descendió más y más hasta donde no había un lugar más bajo donde podía descender. Pero Él dio su vida de valor infinito voluntariamente, para satisfacer las demandas de la justa ley de Dios. En la cruz, la justicia divina perdonó a la raza. "Si uno murió por todos", dice el apóstol, "luego todos son muertos". (2 CO 5.14) La muerte del pecador es sin esperanza de resurrección, pero la resurrección de Jesús de entre los muertos prueba que la expiación fue terminada; porque si Jesús hubiera transgredido la ley tan solo en un punto, jamás habría salido de la tumba. Fue el único que vivió por haber cumplido la ley. "Por que de la justicia que es por la ley, Moisés dice así: el hombre que haga estas cosas, por ellas vivirá." (RO 10.5; LE 18.5) Sólo Jesús pudo nacer "bajo la ley" y vivir, y por esto ha sido posible que los pecadores vivamos "bajo la gracia y no bajo la ley". (RO 6.14) Recibimos el regalo de la vida eterna porque Jesús cumplió impecablemente la ley, y no por nuestros imperfectos intentos de cumplirla. La resurrección de Jesús prueba que hemos sido justificados, es decir hechos justos. Es más, somos considerados como si nunca hubiésemos pecado, porque somos hechos como el mismo Jesús. (RO 4.25; EF 2.10)
Satanás arrastra al pecado a las criaturas, y luego los acusa ante Dios como transgresores, Exige que mueran bajo el peso de la ley, y disputa con Dios por sus almas, con la pretensión de que no es justo perdonar al culpable. (ZA 3.2; AP 12.10) Pero la justicia y la misericordia de Dios se encontraron en el Calvario. (SA 85.10) La muerte de su Hijo muestra que Dios puede ser misericordioso, y prueba que es justo al perdonar al culpable (a ti, a mí y a todos).
Y ahora, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a recibir esta verdad, o rechazarla? El rescate ha sido cancelado. Pero TÚ tienes que escoger de recibir la salvación. Un esclavo puede quedarse con su dueño aunque otro hombre ha pagado el precio por su libertad. Así andan casi todo el mundo. Arrepiéntete de tus pecados y huye a Jesús para recibir tu libertad.
<p>"EL QUE CREYERE Y FUERE BAUTIZADO, SERÁ SALVO. (MC 16.16)</p>
¡La decisión es TUYA!
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